Greg, Tom y otros trepas del montón: Sobre el final de Succession
Sí, sé que esto va de baloncesto, pero me vais a permitir una pequeña licencia. Si no quieres leerlo simplemente ignórame.
ATENCIÓN
Si todavía no has visto Succession (HBO) o si estás pendiente de terminar la última temporada es momento de que abandones el artículo ante la presencia de spoilers.
Y para evitar que veas nada te coloco dos publicidades para nada invasivas.
Succession es una obra contemporánea de culto. El cuidado por la fotografía, la dirección o el tipo de cinematografía y como esta intervienen en la narración y evolución de la historia la convierten en un producto a la altura de grandes nombres de este siglo. Es, a su vez, una brillante representación (y a la vez caricatura) de una parte fundamental en las sociedades: la estructura y funcionamiento de los poderes fácticos.
Sin embargo, el final de la cuarta y definitiva temporada (aquí llegan los spoilers), ofrece un escenario difícilmente imaginable cuando Jesse Armstrong nos presentó a la familia Roy. Un desenlace desolador si uno se pone en la piel de tres de los hijos llamados a cumplir la profecía que da nombre a la serie y que ejerce como hilo conductor de la misma. Kendall, Shiv y Roman fueron concebidos y moldeados con el único objetivo de heredar la empresa, siendo objetivo y a la vez motor del sentido de su propia existencia.
Han acudido a los mejores colegios, recibido la mejor formación que el dinero puede comprar. Y no solo eso, sino que han estado en primera línea de fuego desde que tuvieron uso de razón. Para ellos estar en una posición desde la cual ejercer el poder y tomar decisiones en la estructura de Waystar Royco, del modo que fuese.
Y a pesar de todo eso, el único ganador real de la contienda, la figura que emerge como el personaje a todas luces triunfador es el sine nobile, el desclasado, el pobre, el donnadie. Tom Wambsgans.
El propio Tom cierra Succession con una escena que ilustra a la perfección el cambio en la correlación de fuerzas dentro de la ficticia empresa de la serie. Mientras abandona la sala de juntas donde acaba de producirse su ceremonia de vasallaje, este atraviesa largos pasillos, flanqueado por sus nuevos siervos y rumbo a su coche.
Allí, junto a su esposa, otrora conspiradora para alejarle de la esfera de poder del inminente nuevo máximo accionista, Wambsgans le tiende la mano a Shiv, no como una manera de amor, de cuidado o respeto, más bien se lo impone de un modo explícitamente patriarcal.
Escenifica el giro en la relación a todos los niveles.
Ahora, Tom manda, con la inestimable ayuda de Greg, su fiel escudero, también conocido como el asistente mejor pagado del sector.
¿Pero cómo han llegado a la cúspide de la pirámide dos perfectos incompetentes en la materia? ¿Dos figuras que, sin un lazo de parentesco con alguien en la organización, jamás habrían pasado de un cubículo de oficina de una consultora cualquiera? La respuesta, una vez más, está en la política institucional y de partidos.
Las figuras de Greg y Tom, al igual que lo fueron otros personajes como Hugo en un hipotético pasado en el universo de la serie, son representan a un tipo de personas absolutamente imprescindibles en las estructuras jerárquicas de poder absolutistas en las sociedades actuales: los trepas.
Su principal virtud es asentir y negar cuando toca, no cuestionar al comandante en jefe y hacer todo lo necesario y por los medios que sean precisos para que se cumpla la voluntad de quien habita en la más alta torre. Para cumplir esa misión vital no han de contar con un MBA, un doctorado en ciencias sociales o haber propuesto una hipótesis más lógica para esa coyuntura, solo hacer que la máquina estalinista y vertical siga funcionando. Como en una mala defensa de ajedrez, ellos solo miran por su siguiente movimiento en pos de una supervivencia perpetua y en base a ese aferrarse y resistir, consiguen ganar la partida ante jugadores más cualificados, clarividentes y que van dos o tres pasos por delante suya.
El mañana será una preocupación para el Tom y el Greg del futuro. No hay más futuro que el presente y ese pasa por vencer en el ahora, por hacerse imprescindible en tanto en cuanto que no dan problemas, que no cuestionan la legitimidad de las decisiones.
Lukas: How do you feel about, uh, soft pitching me?
Tom: On me? As in my value to keep me? I can sing for my supper. I'm simple. I squeeze the costs and juice the revenue. Follow the boss. [...] I'm cutting heads and harvesting eyeballs.
Lo más irónico de esta particular especie de hombres es que un buen trepa reconoce a otro. No compite con él, le impulsa, pues el éxito de un escalador de este estilo es el éxito de todos. De ahí que Tom apadrine tan pronto a “Greg the Egg”. Alguien tiene que enseñarle el oficio al chaval. Y de paso colocar a otro como él en un escalón inmediatamente inferior al suyo. Llámalo salvavidas, llámalo cortafuegos.
La lección que da Succession es tan amarga como la vida. En el mundo donde todo lo puede comprar el dinero saber manejar la guerra de posiciones, en términos gramscianos, pesa más que la cartera o la formación académica. Lo cual puede resumirse en: “Bienaventurados los mediocres, porque ellos heredarán el mundo”.
Logan Roy (que el diablo lo tenga en su gloria) lo entendió y Lukas Matsson cogió el testigo.