Julio es tiempo de vacaciones, al menos para una parte de la gente, pero también marca el arranque del mercado NBA y la agencia libre. Suele suceder, más en estos tiempos donde las redes sociales mandan, que el interés por la liga crece. Al calor del éxito que emana de las Finales y las ilusiones que despierta el Draft son muchos los que se reenganchan al tren informativo de la competición que nunca duerme.
Sin embargo, fruto del desconocimiento (legítimo y justificable) o de unas intenciones interesadas, es muy común que la desinformación corra más rápido que los datos verídicos, lo que es posible o lo que no se puede hacer. Así, quienes nos dedicamos a esto profesionalmente tenemos que invertir muchos recursos en tratar de explicar por qué traspasar a X estrella al equipo Y es imposible, o bien por qué, pese a ser viable salarialmente, no es factible. En fin, viene con el carnet de experto NBA, supongo.
La NBA es una competición deportiva casi única. No porque sea mejor o peor, simplemente es un hecho. Su propia evolución, ajena al resto del baloncesto mundial, así como su desarrollo dentro del contexto de Estados Unidos hacen que tenga su propio ecosistema. Más allá de apreciaciones o matices, la manera más sencilla de comprobar esto se da en sus normas, en los diferentes cuerpos legales que han dado forma a la liga y su estructura. En definitiva, a los CBA.
En su complejidad, resulta muy complicado llegar a dominar por completo este marco normativo. Incluso hay ejecutivos de alto nivel que han cometido clamorosos fallos por no conocerlo bien (Hola, Divac). De ahí que sacar conclusiones sobre cuál será el impacto del nuevo convenio colectivo a futuro sea demasiado precipitado.
Sobre los cambios y las nuevas reglas ya he hablado y escrito mucho estas últimas semanas, pero me gustaría utilizar este espacio para reflexionar sobre el convenio y el momento en el que se produce, porque resulta especialmente distinto en relación a la historia de la NBA.
Durante toda la era Stern la relación con el sindicato pasó por varias etapas. De un periodo de idilio hasta el fallecimiento de Larry Fleisher, el cual coincidió con el despegue del negocio, hasta la confrontación directa con las estrellas y, en especial, con sus agentes entre 1994 y 1999. Aquel lockout marcó un antes y un después, abriendo una era de política de bloques muy definida. Por un lado, NBA y propietarios, siempre con la amenaza de las pérdidas y del cierre patronal. Por el otro, unos jugadores representados sindicalmente por unas estrellas que, al principio, parecían más centradas en defender a su clase que a la totalidad a la que decían representar. En esto último se pueden hacer más apuntes y concretar, pero ya escribí 80.000 palabras al respecto en un libro, para quien quiera indagar más.
El paso de Stern a Silver, así como el cambio de Hunter a Michele Roberts y Tamika Tremaglio, ha abierto una era marcada por un tono, un discurso y unas prácticas diferentes. La confrontación ha dado paso a la búsqueda del consenso, al menos públicamente. Para aquellos más veteranos esto seguro que les resulta extraño, más acostumbrados al intercambio entre los diferentes sujetos políticos dentro de la pugna patronal-sindicato en la NBA.
Resulta curioso este cambio porque durante los dos últimos años apenas ha habido amenazas de lockout o huelga como sí ocurrió en procesos previos. De hecho, me atrevería a decir que no ha sido un arma arrojadiza contra el adversario, sino más bien un mal que todos buscaban esquivar.
En todo CBA hay siempre ganadores y perdedores, no tanto vencedores y vencidos. Las medidas acordadas demuestran qué lado sale más reforzado y quién ha tenido que dar su brazo a torcer, como una prueba muy visual de cuál es la correlación de fuerzas dentro de la liga. Así, a la vista de muchas de las medidas, podría decirse que el sujeto hegemónico dentro del ecosistema NBA a lo largo de estas negociaciones han sido los propietarios, concretamente aquellos de los mercados pequeños y medianos porque, oh sorpresa, son mayoría respecto a las grandes metrópolis.
¿A quién beneficia un hard cap como el que se ha instaurado? A las franquicias con mayor potencial económico seguro que no. Y, por supuesto, a la totalidad de los jugadores tampoco.
Insisto en la totalidad porque al top 100 de la competición una medida así no le afecta lo más mínimo, sobre todo por el paso del 120 al 140% en los salarios máximos. No así a la clase media y baja de la liga, condenada a tener un aumento en la nómina de año a año grande, pero dificultando su estabilidad. En otras palabras, esta medida va a aumentar la precariedad de los “obreros” de la NBA, aquellos que se pegan todo el partido aplaudiendo en el banquillo y juegan 5 minutos en una semana. Habrá quien, al leer esto, pensará aquello de “pobres ricos”. Nada más lejos de la realidad.
La media salarial en la NBA el curso pasado osciló los 9 millones. Pero la mediana apenas superaba ligeramente los 3 millones brutos. Si se tiene en cuenta que, con suerte, un jugador disputa 4,5 temporadas de promedio eso deja un balance final de 12 millones (sin descontar impuestos). Si hacéis la cuenta rápidamente os dará que, a los 24-25 años, la inmensa mayoría de personas que logran llegar a esta liga está fuera de ella. Los habrá que se muden a Europa, China u otro lugar, pero no serán pocos los que, por una lesión o cualquier razón, no jueguen más. Y a los 25 tienes que afrontar el resto de tu vida civil después de haber invertido todo tu esfuerzo en un juego que te ha expulsado. Ni siquiera voy a entrar a explicar que el nivel de vida en Estados Unidos es muchísimo más alto que en España y que las ayudas en materia social son casi inexistentes. De ahí que no sean lo mismo 12 millones allí que aquí. Igual que no es lo mismo ganar un millón en 1980 en la NBA que en 2023.
Habrá quien lea esto y caiga en el clásico y neoliberal “la vida es así”, pero esa insensibilidad no va a hacer que el problema desaparezca. Por eso mismo los CBA deben centrarse siempre en mejorar las condiciones del 80% de su población y no de los grandes nombres. Porque sin los Luke Kornet, JT Thor o Stanley Johnson de la vida no puede haber NBA.
Es por eso mismo que a la luz de este nuevo convenio siento que los jugadores han quedado malparados. Todo ello sin mencionar cómo las franquicias se han blindado de posibles repeticiones de lo visto en 2015 y 2016, cuando ante un nuevo contrato televisivo el límite salarial creció sin control.
Menos dinero disponible para invertir en jugadores significa un mayor margen de beneficio para las empresas que son los equipos.
La pandemia golpeó muy fuerte a unas franquicias acostumbradas a vivir en una constante línea ascendente en lo económico y donde solo conocían el crecimiento. Aquella piedra en el camino ha tenido como consecuencia este nuevo acuerdo.
Lo más preocupante es ver a la Asociación de jugadores celebrar derrotas como triunfos. Un ejemplo es el aumento de los contratos two-way de dos a tres. Eso permite a una franquicia emplear a un jugador durante gran parte del año sin que impacte en su límite y sin que el salario invertido sea acorde al rendimiento. Y si se lesiona el jugador, que pase el siguiente.
De nuevo, tratar de predecir las aplicaciones, consecuencias y efectos de este nuevo acuerdo sería adelantar demasiado los acontecimientos, pero a la vista de las normas cabe alzar la voz y cuestionar si esta es la mejor manera de legislar para la mayoría de la población NBA y, en especial, saber a quién beneficia más este nuevo CBA.