La hiperinflación anotadora de la NBA: Un crecimiento más allá de la revolución ofensiva
A la revolución ofensiva le ha llegado el momento de entrar en su fase de valle.
La NBA tiene un problema de puntos.
En la temporada 2003-04 el mejor ataque de la NBA eran los Dallas Mavericks, con un 110.4 de ratio ofensivo. 10 años más tarde, en la 2013-14, el dato apenas había variado, con un 111,3 en poder de los LA Clippers. Sin embargo, en el presente, ese número ha ascendido significativamente, asentándose en el 120.8 de offensive rating del que los Boston Celtics sacan pecho. Hay que bajar hasta la zona deshonrosa de la clasificación para encontrar a equipos con guarismos ofensivos más propios de hace 10 o 20 años, donde destacan Wizards (111), Pistons (110,9), Hornets (109,5), Spurs (109), Blazers (108,5) y Grizzlies (107,7). Hace unos días en una entrevista con NBA.com Turner, Adam Silver reconocía que existía “una percepción errónea de que la liga quiere partidos con muchos puntos. Lo que la liga quiere son partidos competitivos”.
Durante un periodo de casi 15 años, la liga estadounidense vivió en un estado de trinchera permanente. La hegemonía del juego estaba en poder de los pívots, el poste bajo y una serie de manejadores centrados en el tiro de media distancia. Las analíticas estaban todavía en pañales y sus expertos recluídos en foros de internet. La brillante conclusión de que 3 son más que 2, que aumentando el número de posesiones se podía romper el muro defensivo alrededor del aro y que con un incremento del bloqueo directo el juego era más dinámico se inició una nueva era de crecimiento. En la última década la NBA ha evolucionado más que en los anteriores sesenta años. Un crecimiento sin precedentes que ha venido de la mano de una apertura general del campo, diversificación de los espacios y liberalización de los roles posicionales.
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A nivel técnico, los jugadores son cada vez mejores. Esto no es una apreciación propia, basta cruzar un par de palabras con un entrenador profesional de cualquier liga para escuchar estas mismas palabras. El nivel de profesionalización que impera en este deporte ha permitido una mayor precisión en el entrenamiento, lo que unido al efecto de réplica fruto de las redes sociales ha dado lugar a perfiles como Chet Holmgren o Shai Gilgeous-Alexander, por ejemplo.
Pese a todas las bondades que ha traído esta nueva época, basada en un carrusel ofensivo sin freno, donde el perfeccionamiento individual y táctico hace cada vez más difícil imponerse atrás, la NBA tiene que tomar cartas en el asunto. El refranero español tiene recursos para todo y, en este caso, el dicho “lo poco agrada, lo mucho enfada”, viene de perlas.
La novedad siempre es bien recibida, sobre todo si supone un cambio de paradigma, una ruptura con el presente, algo vanguardista. La NBA ha vuelto a ser presa de su propia trampa. Si en los años 90 el juego de trinchera les sirvió para afianzar un producto que giraba alrededor de Michael Jordan y les llevó a la cúspide del deporte internacional, las temporadas que siguieron a aquello fueron de absoluta travesía por el desierto. A la vista de los hechos, eso mismo puede acabar sucediendo dentro de no mucho.
El incesante crecimiento ofensivo es consecuencia de la propia evolución del juego, la cuestión es que debe ser, cuanto antes, encauzada. Eso significa que la liga debe dotar a los equipos de unos carriles, de un camino a seguir. En caso opuesto se corre el riesgo de perder el sentido mismo del deporte, que no es otro que competir. Y no, esto no tiene que ver con las principales estrellas, la élite siempre rozará la excelencia. El punto diferencial viene del nivel de la clase media y baja, este grupo es quien marca el suelo de toda competición. Una liga es tan buena como lo es su fondo de armario, su masa de “obreros”.
Eliminando a rookies y sophomores, el jugador que peor está lanzando a canasta con un mínimo de 500 intentos es Spencer Dinwiddie con un 39,3% de campo. 10 años atrás, en este mismo punto del curso, el dato era de 38% en manos de Brandon Jennings y 20 atrás Morris Peterson con un 38%. Por otro lado, si en 2004 en este punto de la temporada, había un total de 238 jugadores cumpliendo estos parámetros, en 2014 el dato era de 246. ¿En este 2024? La cifra asciende a 281. Todo ello con un aumento incesante del volumen de triples, ritmo y porcentajes:
Lo visto este pasado domingo en el All-Star Game es un ejemplo extremo de aquello en lo que puede convertirse la NBA si no se ataja el tema a tiempo.
No es que en la liga no se defiende, sino que con las herramientas técnicas, físicas, tácticas y reglamentarias no se puede hacer mucho más. El uso de zonas, mixtas, match ups, rotaciones de ayuda o estructuras del bloqueo directo se quedan cortas porque son mecanismos pensados para otro tiempo.
En ese sentido hay muchas opciones encima de la mesa. Una de ellas pone el foco en el arbitraje, como si ponerle una mano encima a un atacante fuese a cambiar mucho las cosas. (Esto suele ser una prueba de que ese alguien no ha jugado un partido desde hace 20 años). Por otro lado destacan aquellos que hablan de modificar las líneas del campo, eliminando el triple desde la esquina como mal menor para limitar el volumen exterior. Sobre esto tengo mis dudas, pues el juego correría el riesgo de volverse una réplica del balonmano sin atajar la raíz de la cuestión.
Para mí, la solución pasa por un significativo cambio de normas.
La primera y esencial es la eliminación de la norma de los tres segundos defensivos. Esta se impuso en un momento en el que era preciso rescatar al ataque y cumplió con creces su función, ahora se ha convertido en un lastre. Retornar a un baloncesto más próximo a los estándares FIBA ayudaría a facilitar estructuras de ayudas más clásicas y que respondiesen mejor a la versatilidad de los guards rivales.
La segunda, una ampliación del tamaño de la zona y bombilla, facilitando más el trabajo a la defensa y encareciendo más el trabajo de los interiores en el dunker spot.
Sobre la tercera tengo ciertas dudas por las consecuencias que podría suponer, aunque creo que el camino debería pasar por ahí. Dado el grado de perfeccionamiento y aumento en el rango de tiro generalizado, alejaría unos centímetros más la línea de tres puntos alrededor del arco sin afectar a las esquinas. La idea que subyace tiene que ver con “castigar” al jugador medio, limitar el impacto del triple tras bote y primar el tiro de dos. No obstante, esto conllevaría la ampliación del largo de la cancha por cuestiones de espacio. Mi duda con respecto a esta tercera propuesta viene del lado de la defensa, pues ante una ampliación del triple frontal y de 45º quizá se dificultaría todavía más el trabajo de protección al deber abarcar más espacio.
La revolución ofensiva ha supuesto una liberación para el baloncesto NBA. Ha permitido aflorar a toda una generación de jugadores que, en el contexto previo, jamás habrían podido sobrevivir. Ha cambiado para siempre el juego y lo ha llevado a instancias inimaginables tiempo atrás.
Sin embargo, como toda revolución, ha llegado el momento de pasar del momento de ruptura al valle y la estabilidad. La situación de constante hiperinflación de puntos hace peligrar la esencia y el valor de la competición.
Históricamente la liga siempre ha sabido atajar estas cuestiones y aplicar las soluciones correctas. Ahora, es momento de un nuevo cambio.